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BIOGRAFÍA DEL ESPEJISMO: lo que cuenta el silencio entorno a la luz

Apuntes sobre el reciente libro del poeta Carlos Luis Ortiz

Publicado: 2013-09-03

Carlos Luis Ortiz (Alausí, Ecuador, 1979)

Es periodista de profesión. Tiene una maestría en Estudios de la Cultura con mención en Lietratura Hispanoamericana, otorgada por la Universidad Andina Simón Bolivar.

He merecido menciones en los premios nacionales de poesía Jorge Enrique Adoum (Quito, 2005) y, César Dávila Andrade (Cuenca, 2011). En el 2010 fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel, en la ciudad de Guayaquil.

Su obra está contenida en los libros: Zigzag del solitario (2006), Lírica para vagabundos (2010), Los duelos de un infante (2011).


Existe, en el sueño, la posibilidad de alterar lo que en la realidad significan todos los elementos. Es decir, ese estado de inconciencia, placentero, limpio, es un espacio de naturaleza metafórica: nada de lo que en él acontezca tiene el sentido que en la realidad –con los ojos abiertos- se le otorga. Entonces, un sueño esboza su materia sobre lo misterioso, sobre lo gris, aquello que se inventa para engañar al ansia de luz.


Del mismo modo la poesía. Nada hay en ella, nada en su sustancia de lengua, que signifique lo que la palabra, así, por si sola, en un renglón como en la calle, significa. Todos sus códigos, todas sus formas, los abismos que resaltan en las lágrimas trazadas sobre el papel, son otros; impulsos mediados por el corazón y la cabeza de quien la toca.


La labor de quien sueña, como de quien escribe, está signada por una suerte de invención: se inventa todo, un nombre, un paraje, una marca, una señal, un argumento, una espina, un pañuelo, la sustancia de lo infinito, se inventa buscando acallar el vacío de lo desconocido.


La invención ocurre para ocupar el lugar de lo que no existe, para manifestarse como un espejismo.


Así -el espejismo- aparece como la multiplicación de la necesidad por alcanzar un argumento frente a un paisaje en el que nos encontramos rotundamente solos.

Parece que sobre ese andamiaje el poeta Carlos Luis Ortiz (Alausí, Ecuador, 1979) ha logrado construir un sueño, dominarlo, darle un pasado, un presente, que justifiquen su desvanecimiento en el futuro: Biografía del Espejismo (Premio Pichincha, Poesía, 2012).


Y lo ha hecho, no sin sortear, en primer momento, ese paraje necesario para quien anhela el tránsito por la escritura, la enunciación del Yo. Dice:


“(...) Arriban las naciones donde el verso desnudaba maderas, polvos, áticos, todo lo que sabe y huele a pasado. Todo lo que se vuelve lento como para ascender y descender hacia uno mismo, pero con hijos carentes de padre, de madre, de nacimiento cierto. (…)”


Ortiz define de ese modo su territorio. Un espacio donde su voz no hablará de lo que pase afuera, sin que exista de por medio la marca visible de lo que dentro acontece. En un plano, esta figura podría verse como una puerta que cede a los dos lados de la bisagra: se abre hacia afuera lo mismo que hacia adentro. Dice:


“(…)entro en ella como el exilio entra en la ansiedad de

quienes se quedan (…)”


La metáfora empieza a extenderse desde ese lugar de enunciación hacia los puntos referenciales. Hay, en el fondo, una tercera persona, una sonoridad inmaterial, a la que el poeta entrega sus sonidos de manera continua, sin llegar a interpelar o acusar, priorizando, por el contrario, un uso sutil de la voz. Dice:


“Y mi cuerpo no será más un cometa estéril

Himno acabado en la pupila de otros muertos.”


El tono del lenguaje experimenta también un uso modificador del sentido. No lo da a notar en la musicalidad –característica sobresaliente en el trabajo de Ortiz - pero su eco, armónico con la proporción de los versos, conduce al poema hacia un final que tiene como huella característica la fuga. Dice:


“(…) porque el sol dejó de ser redondo en mi memoria

Porque se hizo volátil… extenso.

Porque solo la humedad es evanescente y el

cansancio la brújula.”


El libro, ha sido estructurado siguiendo la voz de las intenciones antes descritas. Para ello, tres parajes han sido necesarios: Asenso, Dispersiones y Retorno. En cada uno de ellos, a más del despliegue sonoro de la palabra, se asienta un trabajo con el lenguaje que, por momentos, en el sentido de la alteración, logra la presencia de imágenes capaces de remontar la condición caudalosa de la palabra, oponiéndola a una pausa que aligera su movimiento pero no su densidad. Dice:


“El cielo ha de perforarse

cuando el poema sea más puro que el hueso,

cuando en una línea quepan los continentes y las

llanuras de la noche,

un día oscuro y tan amplio como el ojo del pez

muerto. (…)”


No hay, como condición de enunciar desde el Yo, una consecuencia estática alrededor de los poemas. El tránsito está marcado, no solo en el sentido de avanzar -metáfora de por medio- entre cada uno de los parajes, sino que, en suma, la voz del poeta recorre sobre la textura de la memoria, logrando que la lectura sea un encuentro con la evocación de ese nuevo significado otorgado por el sueño. Dice:


“Remontar la noche,

en ella los diluvios son una espina doble,

un antiguo cansancio de voces que mudan. (…)”


Quizá parte de esa intención por desconocer los significados, tenga su efecto en la escritura que marca a estos artefactos poéticos: una escases de adjetivos en lo global, empuja al poema a una cadencia constante, que le permite evitar el tropiezo continuo con los artificios del lenguaje, y le otorga, con mérito propio, el paso a las preocupaciones humanas. Dice:


“No encontramos nada

y sobre ese vacío elocuente levantamos nuestra casa

que se fue disolviendo entre madejas de tiempo

en el ruido inoportuno de los días reales.

No encontramos nada.”


Estamos frente a un trabajo que recoge la que, sin duda, es una voz propia, extendida en profundidad y preocupación sobre la condición individual, como punto de partida para enunciar al colectivo. No se trata de un trabajo que sostenga su efectividad en la superficie, sino de una secuencia en la que el autor ha podido transmitir –más metáfora- esa realidad inventada para hacerle frente a la vida desde una voz lírica. Dice:


“Matar al poema

y acudir siempre al lugar del crimen

de donde emergerán flores tan anchas como la

eternidad”


Entonces sí, entonces el espejismo continuando siendo el cimiento del poema.


Escrito por

Victor Vimos

Antropólogo, candidato al Master de Antropología por la Universidad Mayor de San Marcos, Redactor Freelance


Publicado en

Poesía

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